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Vidal ELÍAS: Cooperación franco-mexicana ©

miércoles, 23 de abril de 2008

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Publicado por Vidal Elias en 22:28 No hay comentarios:
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Los ecos a través de los nombres...

Presentación del libro Río Bobos: Historia de una integración francesa del padre Jean – Christophe DEMARD
Ágora de la Ciudad / Xalapa, Ver. México. 2007.
Vidal Elías ©

El libro Río Bobos (Cuenca Baja): Historia de una integración francesa del padre Jean – Christophe DEMARD, es un esfuerzo importante del rescate de la historia, en este caso regional, a través de tres vertientes, la primera, es la excelente traducción que realizó Antonio Neme Capitaine; la segunda, la edición y publicación de la obra por Arturo Sánchez y Gándara, la Asociación para el Desarrollo Integral de la Región de Misantla (Patronato para la Conservación del Patrimonio Cultural) y, la tercera, el Ágora de la Ciudad de Xalapa, en donde se recibe a este magnífico libro.

La obra que hoy se presenta, entraña y encierra muchas cosas, las cuales van desde lo narrativo, histórico, económico y social, hasta lo que para mí es el punto focal que significa tomar la decisión de emprender un viaje o éxodo que comprendió todo, o casi todo.

Ese todo que significa dejar familias, tierras, amores, calles y tomar lo que se puede cargar y ponerlo todo en un atillo junto a la esperanza que conjuntamente con la incertidumbre que significa la tierra d’outre-mer, se convierte en una caja de Pandora que quizá no se deseaba abrir, pero que finalmente sirvió para enfrentar la realidad del trópico. Un trópico exuberante y fértil pero hostil, en el que las raíces de origen se reconvirtieron adaptándose a la nueva tierra que se abrió bondadosamente a la también nueva simiente.

Raíces que al paso del tiempo dejaron de crecer hacia abajo, a fuerza del desarrollo hacia arriba, el desarrollo de una sociedad o colectivo que tuvo que sobreponerse a su travesía, a la peste bubónica, a dejar a sus muertos en el mar y al encuentro con una tierra en la que serían enterrados en silencio, inclusive los sueños de riqueza y gloria y, esta última (la gloria), como en la Muerte de Virgilio (*), “aunque sobreviva a la muerte, no elimina nunca la muerte, ya que el camino a la gloria es terreno”…

Fue entonces que su propia gloria estuvo mano a mano con su propia muerte.Y ese fue el camino que eligieron los franceses que dieron forma e historia mediante su asentamiento en Jicaltepec y San Rafael, en Misantla, Nautla, Martínez de la Torre o, lo que es en términos regionales la cuenca baja del río Bobos, objeto de la investigación de Jean – Christophe DEMARD que se presenta hoy.

¿Tendrán eco los gritos cuando éstos son dados al otro lado del mar? Lo más probable es que no, pero sí los nombres; nombres que en la Haute-Saône, en Champlitte, Dijon, Cote d’Or y otras regiones de Francia, tuvieron su génesis y se replicaron en estas tierras, en lugar del eco que no respondió al grito, a la voz, a la palabra, al reclamo que consumió el último aliento. Fue así que el eco no respondido se transmutó en hombre, en mujer.

Nombres que en 1891 fueron 139 hombres, 115 mujeres y 256 menores, siendo en total 510 franceses radicados en la región del Bobos, que marcaron una diferencia de los 98 que el 19 de septiembre de 1833 (hace más de 173 años), se embarcaron en el “Águila Mexicana” y que desembarcaron en Veracruz – Puerto el 1º de diciembre de ese mismo año (1833).

¿Cuál fue la justificación principal de este embarco? ¿La compañía franco – mexicana o el reencuentro de una comunidad consigo misma en tierras distantes? O acaso, ¿la prisa impertinente por tener tierra de la cual se viene y en la que luego se yace?

La historia de la humanidad, está afortunadamente ligada a la movilidad de los distintos grupos sociales, los cuales significan el principio del conocimiento de la identidad del “nosotros mismos” o, como apunta Alain Touraine, la búsqueda del “self” que en los años últimos se refleja indudablemente más en los grupos étnicos.

Ese colectivo francés, si bien fue en principio una sociedad diferenciada por el lenguaje o las costumbres, logra romper el aislamiento mediante la inclusividad y aceptación paulatina de lo que pudiera llamarse otredad. Aunque debo comentar que esa otredad, por mucho tiempo no dejó resquicios para una integración, pero que al paso del tiempo, con la aceptación de sí misma, como una colonia en el extranjero, aceptó la multiculturalidad como una reafirmación de sus orígenes a los cuales no renunciaba, sino a los que les incorporaban nuevos valores.

La realidad de la colonia proviene de una legitimidad constante que es reflejo de una multiplicidad que encontraba su símbolo en medio de voces diversas, siendo quizá una de las más audibles, el patois.

Los franceses que vinieron a México, se encontraron un país que no había definido su futuro, que no salía de constantes convulsiones y que vivía su independencia de la España, bajo el peso de los caudillos. Llegaron a escuchar sonidos que sólo el trópico sabe emitir, pero los cuales no tenían traducción al francés, con la única excepción que tiene la belleza del verde, en torno a la que no hay palabras, sólo percepción, una percepción que fue equilibrio en el medio de la nada.

De esa forma, el embarco, la travesía, el arribo, el internamiento, el asentamiento y, finalmente, los primeros descendientes procreados y nacidos aquí, dieron voz a la ausencia y a la distancia, fueron eco de los hogares maternos y de la patria lejana que fue dejada en pos del Dorado que estaba en lo más íntimo de cada uno de los inmigrantes.

¿Qué pasaba cuando en esa región de Veracruz, al mismo tiempo se decía lo mismo pero en español, totonaco, patois y francés? ¿Era un supralingüismo que se animaba paradójicamente por la incomprensión del uno para con el otro?

¿Cuál fue el lenguaje que unificó a esa diversidad de comunidades? Creo que fue el trabajo, en dejar a un lado el cansancio del peregrino, el hacer que la tierra produjera, y evitar a toda costa la huída hacia el reencuentro de recuerdos que amenazaban convertirse en sombras, en destellos de nostalgias.

¿Obstáculos?, día con día; en sus cosechas y estiajes, en sus inundaciones y tormentas, en lo cotidiano de la vida de ese entonces que, con todos sus claroscuros han devenido en lo que hoy son San Rafael, Jicaltepec, el Ojite, Misantla, Martínez de la Torre y Nautla.

Han transcurrido 173 años y trato de imaginarme a aquellos inmigrantes, a través de citar algunas líneas de la Eneida de Virgilio:“Y se cubren de espuma las ondas del mar, revueltas por los golpes de los remos” y, “Tendidos en la arena, restauramos los fatigados cuerpos”…

Pero hay algo que subyace en esa comunidad descendiente de franceses de los cuales algunos noblemente han volteado a mirar los orígenes, preocupados por andar o caminar las calles y plazas que los viejos no volvieron a desandar. Es en este intento de reencuentro de esta comunidad, de ese ánimo de encontrarse consigo misma, en donde se reafirma su pertenencia a esta tierra, si bien pródiga, también reclamante de su cuota de vidas y bienes y, es en esta búsqueda del self comunitario que concluyo con Virgilio cuando dice:“Imposible escaparte de mí hoy, donde quiera que llames, aparezco”…

Y así es San Rafael, no puede escaparse de las raíces que le dieron forma, y de esta manera, a través de los nombres repetidos, sus voces recuperaron el eco que el mar y la distancia le habían negado.

(*) Hermann Broch (1998). La muerte de Virgilio. Alianza Editorial. Madrid, España.